¡Y en un instante el mundo se detiene!
Todo parece colapsar… los relojes frenan sus agujas, el día se hace noche y ¡lo inesperado irrumpe!
¡Así… sin más!
Hay sucesos que nos atraviesan, y ya no volvemos a ser los mismos de antes de haber entrado en la tormenta. Justamente para eso mismo ocurren los huracanes.
Algo que permanecía estático y obstaculizando, debe virar drásticamente hacia un nuevo acontecer; por más que el ego nos diga cual pájaro carpintero todo lo contrario.
Vivimos momentos imprevistos y radicales, para crecer como seres humanos latentes.
Hay que correrse de declaraciones victimizantes, tales como: “¿¡y porqué me toca esto a mí!?, y empezar a preguntarnos sabiamente: “¿y por qué no a mí…?
Desde cuando pensamos que solo nos deberían ocurrir por derecho divino solo buenos momentos, y estupendas vivencias, ¿quién nos vendió esa fantasía?
El experimentar situaciones complejas, adversas y desafiantes nos da profundidad como humanos de alto vuelo. Y ese bagaje marca la diferencia y permanencia en nuestras vidas, y nos otorga la enorme posibilidad de dejar huella y legado.
A veces toca evolucionar en días, toda una vida, y pasado lo imprevisto… anclamos en la experiencia plena, captamos en qué consistía y abrazamos el tránsito.
Basta de preguntarnos “¿por qué?”, el cuál remite a pasado y estanca.
Mejor preguntate “¿para qué?”, esta declaración tiene visión de futuro, te permite re-direccionar y aprender de lo acontecido.
Ya es momento de que drama se convierta tu mejor lección de vida.
Con afecto.