noviembre 13, 2024
Noticias

LOS SOBREVIVIENTES, ANTES Y DESPUÉS DE LA PANDEMIA

7 de septiembre, 2022

El texto que hoy nos acompaña en Bs As Inclusiva fue publicado originalmente en sitio web de literatura La Copa del árbol y a trav´es de la literatura del Yo el autor habla del contexto que se vivio en Argentina durante la d´ecada de los años 90.

Marzo 2020

Escucho la voz neutra de la cronista de CNN en Español que dice: “Entre el 2002 y el 2003 el SARS (Síndrome Respiratorio Agudo Severo) infectó a más de 8.000 personas y mató a 774. La pandemia en aquellos años alcanzó a 37 países. Cierro YouTube y la voz de la conductora de CNN en Español desaparece. La luz del día también se extingue y me entrego al sueño o a mis pensamientos desatados, después de escuchar la desafortunada y alarmante noticia –que no vamos a poder salir de casa y no sabemos por cuanto tiempo, dado que el covid 19 está suelto- me desparramo en el sillón cubriéndome todo con una manta celeste que mamá me trajo de Francia. Cierro los ojos y dejo de ver el entramado de lana celeste por donde se filtra algo de luz. Los abro y me descubro. Por la ventana veo la palmera que se levanta hasta el cielo, parece agujerear el espacio con sus hojas que se agitan por el viento plateado. Detrás está el edificio nuevo que se vendió como lofts y al costado un edificio jade que siempre vi y que ahora descubro de otra manera. Pienso que quizás no salga más de mi casa y me muera ahí, recostado en el sillón, rodeado de libros y con los gatos durmiendo al lado de la estufa; y no me importa. Pienso que viví muchas cosas, aunque me gustaría seguir existiendo. No le tengo miedo a la muerte –me digo- rosando un libro de tapa y lomo negro que adoraba en mi adolescencia. Se llama “Las leyes de la atracción” y es de Breat Easton Ellis. Como si el tiempo estuviera dentro de un huevo que se rompe tomo conciencia de la distancia que hay entre la última vez que leí ese libro y el ahora, y siento como hormigas que navegan por la sangre. Abro mi libreta con dibujos japoneses en la tapa y leo: “Quisiera tener una vida nueva para recordar todo lo que viví”. La cierro y camino hasta la biblioteca donde está la cabeza de Buda tallada en madera. La acaricio.

El edificio jade

Estaba en su departamento, el de Marcelo T. de Alvear y Rodríguez Peña, que por fuera era jade con la misma estructura y más o menos la misma cantidad de pisos que el departamento que veo ahora por la ventana. Sí –pienso- este edificio es el edificio donde vivía Fer. Pero yo estoy en Parque Chacabuco y no puede ser el mismo que veo ahora. El edificio me mira. Entro por la ventana, veo a Fer y me veo a comienzos de los 90s, cuando empezamos a salir. Fumábamos porro todo el día y desde el anterior, cuando salía de cursar en la facultad e iba directo a su casa. Cenamos y miramos “El mundo de Antonio Gasalla”. La televisión quedó encendida hasta que un cura daba las buenas noches y hablaba de dios, y después se cortaba la transmisión. Con Fernanda nos colgábamos mirando los puntitos del televisor que parecían hormigas enloquecidas, y nos reíamos; los canales de televisión no transmitían toda la noche, excepto algunas temporadas de canal 7 que pasaba películas clásicas, a blanco y negro, y terminaban a las 2 de la mañana.

El sábado al atardecer decidimos salir a comprar papas fritas y cervezas al supermercado Disco. Fue en el trayecto de esas cuadras, que eran dos o tres, pero que me parecieron eternas, donde recordé la conversación, de unos días antes, con mi amiga Carolina.

Mi amiga Caro

Carolina era hija de un arquitecto y una psicoanalista. Caro estudiaba psicología y también quería hacer la carrera de musicoterapia. Vivían en un piso muy grande en la calle Julián Álvarez. Caro era fan de Prince y de Mozart. Después de varios cafés le dije que creía que me gustaban los chicos. “¿Crees?”, me dijo, y me asombré. Ella estaba segura. “Pero yo la paso bien con Fer”. “Sí, ¿y?” -me dijo- “¿Vos sabes que generalmente el amor va por un lado y el deseo, o el placer, por otro?”, y me quedé pensando.

Ella comenzaba a salir con Tomás. Un chico de ojos tan claros como su mamá y con abundante pelo. No le cerraba que no estudiaba en la facultad y que vivía lejos de su casa, en el Partido de San Martín. Caro me decía que si se ponía de novio con él no iba a coger con ningún otro chico. Que le parecía que el amor se construía, a través de situaciones cotidianas y de practicar el sexo, desarrollándolo con una sola persona. Frente a mi cara de espanto me dijo que a ella no la calentaba tener sexo con alguien que no conocía, ni por el aspecto físico del chico.

Tomás no conocía ni a Paul Auster, nuestro ídolo por aquellos días, junto a Bukowski y Raymond Carver, ni siquiera a Dostoievski. “Pero es tierno”, me dijo y yo agregué: “Y cada vez hacen mejor el amor”; lo dije en chiste pero a Caro le pareció cierto y cerró los ojos asintiendo. Nos dimos un abrazo muy fuerte cuando nos despedimos hasta el martes, que nos veíamos en “Proyectivas”, pero sus palabras quedaron picándome en la cabeza: “Ya sabía que a vos te gustaban los chicos, y creo que se lo tendrías que decir a tu novia…”. En esa época estábamos muy copados con lo que estudiábamos en la facu: En el significante que se desplazaba creando nuevos sentidos y con el poder de la palabra al construir significaciones y hacer visible lo invisible.

“Primer caso confirmado en América del Norte: Estados Unidos anunció su primer caso del nuevo coronavirus este martes, y está planeando comenzar los exámenes de salud en los aeropuertos” leo en un diario español desde la pantalla de mi celular, mientras espero que Fer, desde Estados Unidos, responda mi WhtasApp.

La cuarentena se instala

Me desperté de noche, sin saber si había pasado un día, dos o tres; pero eso no me importó. Ya había entrado en el mundo de los recuerdos, dentro del perímetro de mi living donde no me faltaba nada. Tenía dos botellas de Jack Daniel’s Honey, y los anaqueles llenos de amigos que estaban deseosos de que vuelva a abrirlos y estar con ellos. Un aroma desagradable llegó a mis oídos y enseguida me di cuenta que hacía un par de días que no sacaba la basura -o no sé cuánto tiempo-, entonces fui cauteloso. Me conecté a internet y me informé cómo estaba la cosa. Nadie sabía nada con exactitud, pero el mundo estaba en alarma.

Me puse un piloto largo, que había comprado en Portugal, y que usaba poco. Con el piloto puesto construí una máscara como la que mostraban en la tele, cortando una botella de agua mineral, y mientas buscaba los guantes de lana que alguna vez usé en el sur, me acordé que también había escuchado hablar de un tapaboca o barbijo para ponerse en la boca y nariz, y solo con esa indumentaria se podía salir de la casa; solo por alguna causa extrema. Todos los negocios estaban cerrados. Así vestido y con cuidado me asomé a la puerta, cuando vi que no había nadie en la cuadra, corrí hasta la esquina y arrojé la bolsa de basura en el contenedor. Cuando volví me lavé las manos con lavandina, como había leído en un sitio de internet, creo que fue en el diario El país. Puse el piloto, el suéter, la remera, el pantalón, los calzoncillos y las medias en el canasto de la ropa sucia y lo cerré.

Después de un whisky me relajé mirando, desde el sillón, donde estaba recostado, los libros que tenía enfrente, y entre sueños me obsesioné con uno de Eduardo Pavolvsky. Recordé que había visto la obra “Potestad” en un antro-under que se llamaba “Babilonia”, por el Abasto, a comienzos de los 90s, donde también cortaban la calle y hacían fiestas con música en vivo, teatro y hasta riña de gallos. Que locura esos tiempos, pensé. Recordé la muestra “Erótica” y sabía que en alguna caja tendría el programita. Pensé que me gustaría verlo pero en ese momento tenía ganas de encontrarme con Pavlovsky.

Alivio

En esa época me pasaban cosas que se alineaban con la libertad, con lo inesperado y a la vez con lo que deseaba como un sueño. El día que le dije a Fer que creía que me gustaban los chicos, ella me dijo: ‘Bueno, a partir de ahora yo voy a ser tu chico’ y me reí. ‘Y si querés estar con otro chico, yo no tengo problemas, pero invitame y estamos los tres, pero si yo te satisfago como un chico… Yo también puedo ser un chico…’, me dijo fumando un porro, tirada como la Pantera Rosa, boca abajo con las piernas levantadas, en la alfombra de mi cuarto (por aquellos días, yo todavía vivía con mis padres).

Al día siguiente, cuando fui a su departamento, puse la llave en la puerta, la hice girar y abrí. Al entrar me encontré con una persona de pelo corto, vestida con un short negro y una camiseta de fútbol. No podía creer que se había rapado y su corte de chica mod con tintura caoba había desaparecido. ‘Puedo ser Sined O’Conor –que a mí en esa época me gustaba mucho, casi tanto como Björk– pero también puedo ser tu chico’, me dijo, y fuimos felices por un tiempo.

Nadie en la calle

El frío recrudece. No hay gente en la calle, ni en el supermercado, tampoco veo comestibles en las góndolas; la sensación –de aparente saqueo- me lastima y me vuelvo a casa con poca comida con la sensación de que estamos viviendo el fin del mundo; pero en el fondo sé que esto algún día se va a acabar y disfruto –como puedo- de la experiencia de vivir el confinamiento. Apenas llego a casa me lavo las manos con jabón, me pongo alcohol en gel, que escasea por todos lados y me siento un afortunado en tener un pote, y ya no me saco las ropas para lavarlas. El miedo se atenúa. Me vuelvo acordar de Carolina. Hasta donde yo sé, todavía sigue con Tomás. Ella seguía pensando, mientras cogían, en el mejor amigo de su novio –ahora esposo-.  Tomás había dejado de ver a su amigo y unos meses después se enteró que había muerto en un accidente de autos. Caro solía pensar que cogía con el amigo de su marido –aunque supiera que estaba muerto- así podía gozar un poco, aunque no tenía orgasmos desde hacía largos años. Ahora, mi amiga, se dedicaba a ser mamá. La última vez que vi a Tomás, fue hace más de 10 años, con dos chicas en un bar horrible de la Av. Corrientes donde las camareras atendían en tetas, antes de que el feminismo asentara cabeza. Con mi anterior pareja hablamos del tema y él no quería abrir la relación. Yo insistía que el amor iba por un lado, que no podía dormir sin él, y que el deseo se desplegaba salvaje por cualquier lado sin implicación afectiva. Cuando a mí se me presentaba la oportunidad de satisfacerme con otra persona donde yo priorizaba el cuerpo y la situación pero no a la persona, lo hacía. Lo loco, casi esotérico, era que mi ex percibía –no sé cómo- cuando yo estaba con otra persona. No es que me hiciera una escena de celos, pero él sentía una especie de enojo y rechazo hacía mí, que le llevaba varios días remontar. Yo me daba cuenta (que él se daba cuenta) y no había manera de solucionar lo que había hecho, porque –por más que yo pensara que él era egoísta y cerrado, que pretendía ser la única persona que yo tocara- no me gustaba verlo triste y dolorido. Tenía que elegir entre mi locura sexual o él. Era hermoso cuando conectaba conmigo y llegaba contento de trabajar, pronunciando mi nombre desde el primer escalón, mientras iba subiendo para verme. Y era muy triste cuando yo era el que cortaba esa conexión al pensar en mí.  Pero mi deseo por revolcarme con desconocidos fue más grande. Lo que me resultaba increíble era la percepción que mi ex tenía. ¿Olía más intenso que un perro? Las células olfativas que albergan los perros en sus fosas nasales, según Google, son 50 veces superiores a las de los seres humanos. “El hombre tiene 5 millones de células olfativas, mientras que el perro alrededor de 250 millones”. ¿Mi ex tendría la anatomía interna de un perro?

Pienso en el título de esto que estoy escribiendo y me doy cuenta de todo el tiempo que perdemos en asumir lo que nos gusta, a nivel sexual, en todos los prejuicios que tenemos –en relación con la y las sexualidades- y en los sobrevivientes. Hay un tema de Serú Girán que se llama así y que me encanta. Hace muchos años que no lo escucho y creo que ahora, en tiempos de confinamiento estaría bueno volver a escuchar ese vinilo.

¿Los sobrevivientes somos los que vivimos con intensidad –y nos divertimos- en los 90s o seremos los que atravesaremos la pandemia con vida?, me pregunto mientras sueño con un jugo exprimido de naranjas o con una en la boca.


Facundo Soto,

Facu Soto, Narrador, poeta, periodista y psicólogo con perspectiva de género. Es egresado de la Diplomatura en Géneros, Políticas y Participación, 2019, UNGS (Universidad Nacional General Sarmiento). Colabora en el suplemento Soy de Página 12 (desde 2010). Coordinó talleres literarios, entre ellos el que denominó Laboratorio de Literatura Gay-Queer, en el Centro Cultural Ricardo Rojas (desde 2014), ofreció numerosas charlas y conferencias sobre Teorías Queer. Tiene más de 30 libros publicados, entre ellos se destacan: Juego de chicos- Crónicas de fútbol gay (2011, Conejos, re editado en Chile por Emergencia Narrativa, y traducido al inglés por Editorial Jitney Books Press, Estados Unidos), Taller literario (2013, Blatt & Ríos), Vivan los putos, Vol. 1 y 2 (2013, Eloísa Cartonera, antólogo), Fotocopia (2017, Paisanita Editora), Conversaciones con Washington Cucurto (2017, Blatt & Ríos), Alegría (2018, Saraza), Las inferiores (2018, Saraza), Ioshua: la biografía (2020, Mansalva), Notas maricas -textos reunidos y publicados en el SOY de Página 12, 10 años de labor periodística LGBTTIQ- 2020, UGNS), La fábrica de sueños (2020, Chirimbote).

Related posts

“Pescadazo” frente al Congreso

Tubarrio en la Web

Marcha contra la violencia patriarcal

Barrios Vecinales

Barracas: La Plaza Casa Cuna continúa en plena restauración

Barrios Vecinales