abril 19, 2024
Medios

NOSOTROS, QUE YA HEMOS VIVIDO TANTO

Nuestros
mayores adultos quieren vivir el tiempo que les queda sin barreras, pero en
tiempos de cuarentena, la lógica termina siendo un problema.

Por Marcela Vazquez.

El papá de Mariana tiene demencia leve, y a
pesar de las recomendaciones que ella le hace por ser población de alto riesgo,
sale igual. Santiago tiene 84 años y quiere hacer las compras, charlar en la
vereda con sus amigos. Su hija trata de atajarlo, pero sin éxito, él le asegura:
“quiero caminar, a mí no me va a pasar nada”. “Se cree que es Superman porque
superó una neumonía, un shock séptico y un ACV” comenta Mariana, pero no le
queda otra que dejarlo, y cuando vuelve de las compras, le hace lavar las
manos, bañar, cambiar la ropa y le limpia las suelas de los zapatos con
lavandina. Santiago asistía a un hogar de día, lo que “le hizo muy bien a su
cabeza, revirtió un poco su deterioro cognitivo”, según Mariana. Él es un
médico jubilado y en el hogar ayudaba a caminar a sus compañeros. Ahora que no
puede ir extraña todo eso.  

   Las
estadísticas indican que 8 de cada 10 muertes que se producen por coronavirus
son de adultos mayores. Por eso el Estado busca con diversas medidas la manera
de cuidarlos lo máximo posible. Ellos, que se sienten aún capaces de valerse
por sí mismos, no aceptan que su libertad sea coartada.

El caso que se hizo emblemático por estos días
es el de Sara, quien se adueñó de la pantalla de los medios. Ella quería
disfrutar de sus dos horas de sol diarias. Dijo: “Es un otoño fabuloso, el
primer otoño, de mi larga vida, que puedo tomar sol en esta época del año”, y
agregó: “y me cuido y cuido a los demás, salgo con barbijo y guantes de goma”,
y respecto a la persona que hizo la denuncia, dijo que “era una vieja
amargada”. Sara tiene 83 años, vive en un departamento sin balcón y no quiere
ver el sol por la ventana.    

Entre las historias, no tan mediáticas como la
de Sara, está la de la mamá de Natalia, se llama Matilde y tiene 89 años.
Natalia desde antes que comience la cuarentena obligatoria le pide que se vaya
a vivir con ella, pero su madre se niega, porque “tiene miedo de dejar la casa
sola”. Matilde tiene movilidad reducida y la chica que la cuidaba todos los
días, durante 2 horas, no pudo ir más porque no quiere estar con nadie. Como
Natalia también es paciente de riesgo porque fue paciente oncológica, su esposo,
Julio, es el que le lleva las viandas a su suegra para que coma y todo lo necesario
para que no le falte nada. Cada vez que va a verla la quiere traer, pero le
dice que no, que ella está bien sola y que hace lo que quiere.

Matilde Petrovic es de nacionalidad croata y vivió
la Segunda Guerra Mundial, por lo tanto, para ella todo es una exageración. Ante
la insistencia de Natalia, la respuesta de Matilde es: “Tanto lío por este
bicho”.         

Estas tres historias de vida, ayudan a entender
por qué les cuesta a los adultos mayores cumplir con la cuarentena obligatoria.
El porqué de su “rebeldía”. Quieren vivir a pleno el tiempo que les queda por
delante a pesar de su fragilidad. Para sus hijos y los agentes de seguridad,
muchas veces, este deseo representa una complicación. 

Sara tuvo un conflicto con la policía de la
ciudad en el parque donde estaba
tomando sol. Le hicieron cerrar la reposera y la acompañaron hasta su casa a
pesar de que opuso resistencia. Llegó a empujar a una de las agentes, alegando
que lo hizo porque se encontraba a tan solo 50 centímetros de su nariz. “Yo
tomo precauciones, ojalá las hubieran tomado las policías, las tenía encima
mío”.   

Desde otra óptica, la de los agentes de
seguridad, está el relato de Nahuel Ramírez, quien pertenece a la Unidad de
contención de la Policía Federal. Se le asignó el control en las estaciones
ferroviarias del conurbano bonaerense, a lo que él llama “prevención”. Entre
ellas Glew, Guernica y Longchamps. “Me tocó intervenir con un adulto mayor,
bastante grandote, en la estación de Longchamps. Le pedí el certificado de
tránsito y me contestó: “No, yo tengo sesenta y pico de años y tengo que ir a
comprar”. Nahuel le pidió su DNI y advirtió que el hombre era de Guernica, por
lo cual, estaba lejos del radio que correspondía a los comercios de cercanía.
Ante este dilema y viendo que se encontraba acorralado, el señor le confesó:
“Fui a ver a mis amigos”. Tras explicarle que no lo iba a dejar subir al tren
se puso agresivo: “¿Vos me vas a sacar de acá?” y lo quiso golpear. Nahuel le
colocó las esposas y lo llevó detenido.

“La mayoría de la gente mayor edad entiende, no
sale. Son pacientes de primer riesgo, por lo cual no pueden salir, pero a veces
casos como este ocurren” confiesa Nahuel en defensa del grueso de los abuelos.   

La psicóloga Yanina Marino, M.N. 40.313 y M.P.
72338, cuenta la experiencia de su padre, quien pone cualquier excusa para ir a
la calle, “no come galletitas, pero sale y vuelve con dos paquetes de
galletitas”. “Los adultos mayores se sienten aislados, están acostumbrados al
puerta a puerta, a charlar con los vecinos, eso es lo que hacen durante el día”.
No entienden de celulares ni de ningún tipo de tecnología que les permita estar
comunicados con otras personas. Ver todo el día el noticiero los altera más
todavía. Un punto de escape para los abuelos es hacer algo por ellos mismos,
por eso van al banco a cobrar cuando no es lo recomendado. “No quieren sentir que
ya no sirven ni pensar que un virus los puede pasar por arriba. Muchos no
terminan de entender la gravedad o el miedo hace que no terminen de
entenderla”.

La terapeuta suma a su relato otra experiencia
personal: “Mi abuela iba a cobrar el primer día porque pensaba que el banco se
iba a quedar con la plata”.

Quien pasó por una guerra no le va a temer a un virus, porque el virus es invisible. Sentirse capaces, útiles, libres y sobre todo autosuficientes, es lo que hace que los adultos mayores, a veces, incumplan con la cuarentena.

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