abril 29, 2024
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OTRO LIBRO DE CHIRIMBOTE QUE EDUCA EN DIVERSIDAD A LXS EDUCADORES FÍSICOS

18 de marzo, 2021

¿Cómo sería el deporte con perspectiva de
género? De haberlo descubierto antes se hubiesen salvado muchas vidas,
historias de cartón empapadas en trágico aislamiento. “La educación física es
indispensable para obtener la independencia moral y social, y es un factor
importante para la evolución de su mentalidad”, decía Ana A. Montalvo en 1910 y
la cita Mónica Santino en el prólogo del libro
“¡Pido gancho! Género y nuevas
masculinidades en la clase de educación física”, de Juliana Garriga y Paula Surín, recientemente publicado por la
editorial Chirimbote.

“Cuando
terminaba la hora de Educación física lo encerraban en un rincón de la galería,
y mientras unos los sostenía por atrás, el más grandote -me acuerdo que era muy
blanco y que tenía la cara llena de granos- otro le tiraba fósforos encendidos
en la cara. Todo, porque se quedaba parado cuando jugábamos al quemado y no
corría, o no gritaba…”, recuerda con impotencia Javier, actor y director de
teatro.

El
libro es un manual de de-formación para profesorxs de educación física,
cuestionándose desde el vamos el disciplinamiento de las cuerpas y promoviendo
la reflexión sobre el género y las masculinidades en las clases escolares. Las
autoras consideraron estratégico trabajar en la de-formación de lxs docentes
con la idea de cuestionar y transformar lo que, todavía hoy en día, para muchxs
sigue siendo algo natural: que los varones tienen que tener pito y ser fuertes
(y aptos para la guerra, dice en el libro) y ocupar ‘lo público’ con carácter
fuerte, mientras que el lugar destinado, naturalmente, para las mujeres es el
de la servidumbre y la maternidad, asociándolas a ellas con la pasividad, la
delicadeza y armonía. El libro, a través de ejercicios didácticos y preguntas
reflexivas, cuestiona los géneros, y sobre todo los estereotipos de género de
los varones, inteligentemente pensado desde una perspectiva feminista: “No
basta con promover que las mujeres se empoderen sino potenciar que los varones
se sientan libres”.

“Cuando
los demás hacían gimnasia yo no hacía, porque no me gustaba correr, no me
gustaba el ejercicio. Tenía pocos compañeros, eran casi todas chicas. A mí y a
Osmar, que a él tampoco le gustaba el deporte, no nos decían nada; pero el
profesor nos obligaba. No me gustaba tirarme en el piso, me parecía patético
hacer abdominales. Los hombres tenían que ser musculosos  y las chicas con la cintura de avispa, por
eso las hacían hacer sentadillas; y para mí cada uno es como es y no hay que
cambiar el cuerpo”, cuenta Nicole tomando tereré.

A
lo largo de 10 capítulos y 60 páginas a color, “¡Pido gancho!” se pregunta si
el género y la educación física son dos mundos paralelos. Vincula a la
educación física con lo recreativo, con enseñar a cuidarse, respetarse en lo
que refiere a la corporeidad y al conocimiento de unx. También para generar
relaciones y lazos sociales. La formación formal, que parece que todavía no
llegó a los profesorados, se condensa en este libro al cuestionar lo biológico
como algo natural y entender a la biología como una construcción social.

“Lo
peor del colegio era la clase de gimnasia. Nos teníamos que levantar temprano
para ir al parque. Una tortura… Yo era el único al que no le gustaba jugar al
fútbol. Bah, ahora que lo veo a la distancia, había varios, pero ellos jugaban
igual. Era horrible verlos a todos jugar y yo mirar la fiesta de afuera. Y creo
que no jugaba, no por el deporte en sí, sino porque ese deporte de mierda les
permitía mostrar ‘su hombría’, gritar, putearse, pegarse; era un pretexto para
hacerse los machitos. Y era eso lo que yo no me bancaba. Los odié. Los odié
tanto… Lo peor que me pasó en el colegio fue tener gimnasia…”, dice Juan
Manuel, camarero.

Las
ilustraciones de Eugenia Meli, además de contar con una estética un tanto
retro, son jugadas: no duda en dibujar a dos chicas, una de larga cabellera
roja de un lado y rapada del otro, muy próxima a otra, morocha, con gorrita y
campera de gimnasia, a punto de darse un beso. A dos chicos, uno con muletas y
el otro con pelos afro descendiente abrazados con las bocas a punto de
encontrarse. Y a tres adolescentes sentadxs en un banco del vestuario, en el
ítem “Identidades disidentes” donde se ve a una chica trans, con su larga
cabellera marrón, sentada muy canchera en el banco, con corpiño verde y un
canelón entre las piernas, al lado unx chicx de pelo corto, con incipientes
bigotes, una vulva y un pene que visibilizan la identidad intersexual, en el
extremo derecho, una chica, aparentemente cis, con las tetas al aire exhibiendo
su vagina y pensando en una faloplastía. El color verde de las letras, que
también usa la ilustradora para los fondos de los dibujos, no parece haber sido
elegido al azar.

El
libro incluye amigables repasos de lo aprendido, por ejemplo, a través de un
crucigrama que propone evaluar lo aprendido: ¿Condiciones de equidad entre
todxs? ¿Actitud o manera de pensar y actuar que resalta lo masculino y
subvalora lo femenino? Un cuestionario que apunta a derribar los mandatos de la
masculinidad al preguntar, con el objetivo de tomar conciencia: “Un varón le
gritó puto a otro en la clase de educación física” SI-NO. “Un varón fue
expulsado del grupo porque juega mal al fútbol” SÍ-NO. “Los varones insultan a
las mujeres” SÍ-NO.

“Me
acuerdo que llegaba a casa al medio día, con el olor a churrasco esperándome en
la puerta, toda transpirada, las colitas del pelo todas corridas. Cómo
disfrutaba esas clases, lástima que no me dejaban jugar a la pelota y tenía que
hacer vóley, pero después, a la tarde me iba con los pibes y jugaba con ellos.
¿Con ellos? Todo bien. Me la ‘secaba’ los comentarios que venían después. Mirá,
por ejemplo, un día, había llegado de la escuela, que teníamos gimnasia en la
última hora, y a casa llegó una amiga de mi vieja. No me lo olvido más: ‘Estos
están al revés. Ella tendría que haber nacido varón y el varón: nena… Miralos…
Él siempre sentadito, haciendo los deberes. Y ella, con el yoyó y la pelota
como un varoncito…’. No sabés cómo me dolía que me dijeran eso. ¿Ahora? Chocha
de la vida… Y sino, mírame… Pero eran otros tiempos…”, cuenta Viviana,
psicóloga feminista, que trabajó muchos años vendiendo ropa en la calle.

En
cuanto a las masculinidades, desde una perspectiva de género, como uno de los
ejes del libro, la propuesta es: jugar en el mismo equipo ¿En cuál?, podría
preguntar la colgada de Susana en su programa de tevé. La vergüenza, la
obesidad, la falta de comprensión de las diferencias de cada persona en
oposición al trato homogeneizado a lxs alumnos es una de las propuestas. Otra,
la educación frente a los varones dominantes que quieren gestionar, participar
y hacer todo de forma totalitaria, inclusive poner sus ideas sobre las otras.
Dar un lugar para las emociones, respetar la pasividad de lxs varones es otra
de las expresiones de “¡Pido gancho!, apuntando a la deconstrucción de las
masculinidades hegemónicas, que incluye el ideal de tener “un buen físico”, la
demostración de lo que él entiende por masculinidad, fuerza, potencia, ser
macho y debilidad. Reaprender a jugar, desde otro lugar, respetando las
timideces, desarrollando la solidaridad y las diferencias es otra manifestación
del libro.

Ideal para dinosaurixs, trogloditxs, cavernícolas y otras especies que abundan en los binarios y todavía estereotipados colegios.

Por Rodolfo Facundo Soto para www.buenosairesinclusiva.com.ar

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